Las fracturas de estrés de la tibia se producen como consecuencia de la sobrecarga funcional sobre este hueso.
Su frecuencia es muy pequeña, representan un 10 % de todas las lesiones deportivas y se presentan con mayor frecuencia en los atletas que practican deportes de pista.
Estadísticamente, las mujeres son más proclives que los hombres a sufrirlas, este tipo de fractura se ha incrementado, sobre todo en la tercera edad. El retardo en el diagnóstico o el error que se produce con frecuencia, al confundirla con una enfermedad tumoral ósea, forman parte de los principales problemas a los que debemos enfrentar los médicos.
Las fracturas de estrés fueron descritas originalmente en 1855 por un médico militar prusiano llamado Briethaupt. Éste describió las señales clínicas, los síntomas y la historia natural de las fracturas por estrés de metatarsianos en soldados, comúnmente conocidas como fracturas de caminante o "Deutschlander’s fracture", los cuales presentaban dolores persistentes en los pies, que empeoraban con la marcha prolongada del entrenamiento militar.
El primer examen radiológico documentando una fractura de estrés fue realizado en 1897, fractura de un recluta militar, se descubrió que esta condición se debía a una fractura de los metatarsos, por lo que se le denominó fractura de la marcha.
En 1958, fue la primera descripción de fracturas por estrés en atletas, hecha por Devas, que basó sus estudios en exámenes radiológicos, haciendo la correlación del lugar del dolor con las alteraciones radiológicas de los atletas.
Entre las causas de las fracturas por estrés se incluyen, práctica deportiva sobre superficies duras, técnicas inapropiadas de entrenamiento, uso de calzado rígido, anomalías biomecánicas y pobre acondicionamiento físico.
Los dos tipos principales de lesiones son:
Los hallazgos del examen físico incluyen dolor localizado, edema, aumento de temperatura y eritema. Se debe realizar una completa exploración biomecánica, buscando principalmente una excesiva pronación subastragalina, desequilibrios musculares, debilidad, rigidez o diferencias en la longitud de las piernas.
La localización de la lesión afecta la detección clínica, el diagnóstico es especialmente difícil en el tarso, fémur y platillo tibial entre otros, sin embargo las lesiones que comprometen el resto de la tibia, peroné y metatarsos puede ser diagnosticada con una certeza clínica razonable.
Si las fracturas por estrés se localizan en metatarso o peroné distal y el deportista es principiantes, frecuentemente son bilaterales.
A pesar de la aparición de técnicas como la RMN, la gammagrafía ósea en dos o tres fases sigue siendo una herramienta útil e importante para el diagnóstico y tratamiento de estas patologías de estrés, y un resultado negativo en la gammagrafía permite excluir con fiabilidad la presencia de lesiones de estrés óseas.
La Terapia con Ondas de Choque Extracorpórea mejora la remodelación ósea y disminuye el tiempo de recuperación en fracturas por estrés de la tibia.
Las ondas de choque extracorpóreas fueron introducidas en el campo de la medicina como un elemento mecánico para el tratamiento de la urolitiasis. Una onda de choque es un impulso de presión simple que puede ser creado por una descarga eléctrica de alto voltaje produciendo una explosión por evaporación en un medio liquido.
En casos de desplazamiento de los fragmentos, el tratamiento quirúrgico con clavos endomedulares o placas de bajo perfil son la elección hoy en día.
Fractura de estrés de la tibia en fase inicial |
Fractura desplazada de tibia |
Fractura de tibia de Villa (Barcelona F.C) |
Enclavado endomedular de fractura de tibia |