Quizás
uno de los dolores más invalidantes que un traumatólogo trate en su consulta
sea el dolor radicular provocado por una hernia discal en estado agudo.
El dolor es originado por la reacción
inflamatoria que se produce alrededor del disco migrado hacia el interior del
canal medular o a los agujeros de conjunción por donde salen las raíces nerviosas
del canal medular. La irritación de las raíces nerviosas propagan el dolor a lo
largo del territorio que inervan.
Los pacientes afectos de esta lesión con
frecuencia aceptan cualquier propuesta de tratamiento con tal de aliviar sus síntomas.
Pero las prisas son malas consejeras, y en el
caso del dolor ciático o braquialgia derivados de una hernia discal, salvo
excepcionales casos entre los cuales se encuentra el síndrome de la cola de
caballo (dolor insoportable acompañado de alteraciones de la sensibilidad en la
zona perineal además de pérdida de fuerza en las extremidades inferiores y
alteración del control de los esfínteres anal y vesical), no deberíamos indicar
un tratamiento quirúrgico inmediato.
Actualmente se operan menos del 15 por ciento
de las hernias diagnosticadas. Estudios realizados en pacientes diagnosticados
de hernia discal, comparando el alivio del dolor y la calidad de vida entre
pacientes operados y no operados, demuestran resultados similares al cabo de 2
años en ambos casos.
La cirugía de la hernia discal conlleva
resultados poco satisfactorios en un gran porcentaje de casos, siendo la
fibrosis peridural y la inestabilidad por insuficiencia discal las complicaciones
más frecuentes.
El tratamiento inicial en la fase aguda debe ir encaminado a frenar la reacción inflamatoria y a controlar el dolor. Para ello utilizamos fármacos antiinflamatorios conjuntamente con analgésicos. A veces se requieren corticoides durante breves periodos de tiempo o miorelajantes para el control de la contractura muscular.
La duración del tratamiento farmacológico debe
ser suficiente hasta que el cuadro álgido sea controlado. Después de las
primeras semanas, los fármacos son retirados progresivamente a medida que los síntomas
van remitiendo. No conviene tener prisa en suspender la medicación ante la
posibilidad de que el dolor se cronifique y sea más difícil de tratar. A veces
la estabilización de los síntomas tarda meses en controlarse.
La fisioterapia ayuda mucho en el control de
los síntomas. El calor local y los rayos infrarrojos son buenos analgésicos. La
onda corta mejora la contractura muscular. El masaje completa la relajación
muscular.
La actividad física de los pacientes con hernia
discal no debe limitarse en exceso. Es recomendable una actividad moderada según
sea tolerada por el paciente.
El uso de fajas lumbares o collarines
cervicales está indicado sólo durante la fase inicial de máximo dolor. El uso
prolongado de estos soportes avoca a la atrofia muscular.
Debe realizarse un cambio en los hábitos de
vida. Las personas con sobrepeso han de realizar una dieta de adelgazamiento
basada en un alto porcentaje de proteínas. En cuanto a las posturas, deben
evitarse las posturas en el sofá con la espalda torsionada. Dormir de lado es
la postura adoptada por la mayoría de las personas. Esta posición debe de
adoptarse con todo el tronco y pelvis en el mismo plano, evitando torsionar el
tronco respecto a al pelvis, pues provocará dolor a un lado de la columna.
Después de la fase aguda del tratamiento, es
fundamental una buena rehabilitación de los grupos musculares implicados en la
estabilización de la columna vertebral.
Los ejercicios derivados del yoga son beneficiosos
para la rehabilitación de la musculatura dorso-lumbar y abdominal. En el caso
de la columna cervical, los ejercicios de movilidad y de fuerza contra una
resistencia inamovible son suficientes.
El paciente afecto de esta enfermedad discal debe ser instruido en una conducta adecuada ante situaciones laborales que impliquen el manejo de pesos o que requieran mantener la flexión del cuello durante periodos prolongados.
En resumen, el tratamiento de la hernia discal
ha de contemplarse bajo el punto de vista rehabilitador, siguiendo
secuencialmente las fases de tratamiento anteriormente mencionadas. En primer
lugar controlando el dolor con fármacos y fisioterapia, en segundo lugar
cambiando hábitos de vida e higiene de la postura corporal y en último lugar con
ejercicios de potenciación muscular.