Las técnica de la infiltración para el tratamiento de dolencias articulares o tendinosas ocupa gran parte de la sabiduría popular, unas veces por experiencia propia y otras por las impresiones que otras personas nos cuentan.
El caso es que en los últimos años cada vez hay más gente reacia a aceptar como tratamiento de su padecimiento osteoarticular las infiltraciones, y menos aún cuando se menciona el nombre de cortisona.
Cierto es que las infiltraciones con derivados de la cortisona (principio farmacológico comúnmente empleado) han ganado su mala fama a pulso. En los primeros tiempos del uso de la cortisona para el tratamiento de inflamaciones articulares, los resultados fueron impresionantes, consiguiendo la remisión de la inflamación articular y tendinosa de forma rápida. Así fue como numerosos traumatólogos, reumatólogos, rehabilitadores y fisioterapeutas empezaron a utilizar estas técnicas de infiltración para un sin fin de afecciones, abusando en las indicaciones y en el número de punciones realizadas. El pensamiento era, si con 1 o 2 infiltraciones se consigue un resultado bueno, con 10 o 12 el resultado debería ser extraordinario. Pero esta lógica no se cumplió, el número excesivo de infiltraciones acarreó alteraciones negativas debido a los efectos secundarios de los corticoides (alteraciones endocrinas, atrofia cutánea, necrosis de la cabeza del fémur, osteoporosis, roturas tendinosas, alteración del cartílago articular, etc.).
Pero no por todo lo anteriormente expuesto, las infiltraciones articulares o paratendinosas deben de ser proscritas de las herramientas terapéuticas de la medicina.
En casos debidamente diagnosticados, en manos de un profesional competente y en número de veces limitado a 1 o 2, las infiltraciones tienen un amplio campo donde aportar beneficios por encima de un escaso número de efectos secundarios leves.
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